#Film: Dolor y Gloria

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Almodóvar cierra una “trilogía” (por decirlo de alguna manera) sobre directores de cine empezada con La Ley del Deseo (1987) y seguida con La Mala Educación (2004), y que culminaría con esta Dolor y Gloria (2019) en la que flirtea sin demasiadas sutilezas con Arrebato (1980) de Iván Zulueta, con dejes hacia Fellini 8 1/2 (1963), y que le ha servido para convertir a este film en el victorioso triunfador de los Premios Goya 2020. Un contenido y excelso Antonio Banderas es Salvador Mallo, un alter-ego de Almodóvar en una profunda crisis existencial tanto por problemas creativos como de salud, y al que llegar al impaso entre “madurez” y “vejez” le hace replantearse la vida a partir de sus recuerdos, sus sueños y sus traumas. A partir de ahí se teje un relato en el presente, sobre un pasado reflejado para bien y para mal en sus películas, y con dos líneas temporales anteriores a modo de flashbacks: el primero de su infancia en un pueblo de gente humilde, donde Penélope Cruz encarna a su madre; y el segundo ya de mayor, enfrentándose a los últimos años de vida de ésta (encarnada por una impresionante Julieta Serrano).

La película tiene un tono crepuscular, aunque luminoso, acerca de la creatividad y cómo ésta viene lastrada por la propia vida del creador. A Salvador Mallo lo sabemos director de éxito, y con grandes achaques que lo mantienen apartado del cine por razones de salud. Y escribir era lo que le permitía afrontar su pasado: su primer deseo, su primer amor, la relación con su madre. Apartado del mundo y esclavo de las medicinas, un homenaje de la Filmoteca a una película suya de gran éxito será el desencadenante de un reencuentro con el actor protagonista de ésta (genial Asier Etxeandía), que le abrirá nuevos caminos de escape, tanto creativos como de sustancias opiáceas. A partir de aquí los claros nexos con Arrebato de Iván Zulueta se hacen más fuertes, con la aparición de la heroína, un cameo de Cecilia Roth que permite el arranque de los acontecimientos, e incluso con la aparición de ese primer amor, un espléndido Leonardo Sbaraglia de aparición breve pero la de más intensidad de todo el metraje.

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Destacar sobre todo la estelar actuación de Antonio Banderas, que le valió el reciente Goya a mejor actor; su interpretación contenida es en determinados momentos sobrecogedora, con una palpable oscuridad en la mente de su personaje que sale sutilmente en pequeñas porciones de sentimientos. Pero de nada servirían los esfuerzos de Banderas sin la hipnótica partitura de Alberto Iglesias que, siguiendo un enfoque misterioso y punzante con sonido de cuerdas de cámara (parecido al que ya hizo en La Piel Que Habito (2011), también de Almodóvar), permite al espectador “oír” la mente y el caos de Salvador Mallo, que es literalmente la mitad de su personaje: apenas hay voz en off, con lo que es la música de Alberto Iglesias la que habla desde la mente de Mallo y transmite hacia la audiencia lo que realmente piensa y siente, muchas veces antagónico a lo que muestra, dice o hace. Comprensible que, de nuevo, Iglesias se alzara con el Goya a mejor banda sonora, así como la capacidad de metasíntesis de Almodóvar tanto en guión como en dirección, que también fueron merecedores del Goya, así como el premio a mejor película.

Quizá le falta algo de tangibilidad en la evolución de la trama y le sobra algo de caos y divagación, pero eso, en gran parte, es la huella de Almodóvar.Dolor y Gloria, en el fondo, habla de él, de sus películas, y su forma de entender la vida a través de la creación cinematográfica. Y esa última secuencia es simplemente sensacional…

DOLOR Y GLORIA
(España, 2019; dtor: Pedro Almodóvar)
Tono
Guión
Montaje
Actores
Sonido
Música
Foto
Visuales
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