#ElFilmSemanal: El Irlandés (The Irishman)

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Enorme. Esta es la palabra que mejor definiría a El Irlandés (The Irishman, 2019). Y es que este ambicioso biopic sobre Frank Sheeran, veterano de la WWII, estafador y sicario que logró llegar hasta las figuras mafiosas más destacadas del siglo XX, entre ellas Jimmy Hoffa (el legendario sindicalista que se enfrentó a la mafia italoamericana para luego codearse con ella), es mucho más que eso. Es una declaración de intenciones, es una marca de estilo, es la historia (de delincuencia) reciente de Estados Unidos. Es ver a Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino, los tres en un estado de gracia tal que incluso los fallos en sus digitalizaciones rejuvenecedoras llegan a perdonarse, e incluso obviarse. Es un completo y complejo ejercicio de cine en mayúsculas de Martin Scorsese, que a sus 77 años parece estar filmando una especie de testamento cinematográfico en pos de recrear una época, un estilo de vida, y el género en el que los cuatro se han visto más cómodos: el de gángsters, pero desde una perspectiva melancólica, más humana, y mirando más al pasado que al futuro. Brillante.

#EnProfundidad

Algo tiene que estar pasando en la industria del celuloide para que un film tan grande, en todos los sentidos, como es El Irlandés (The Irishman), tenga que recurrir a una plataforma de streaming como Netflix para financiarse. Porque estamos hablando de una de las leyendas del Hollywood de la última mitad de siglo, Martin Scorsese, y una película que el director ha estado deseando hacer desde 2008, y que aúna todo lo que vendría a ser ese “estilo Scorsese” tan marcado y disfrutable en forma de testamento cinematográfico, algo así como The Wind Rises (2013) lo era para Hayao Miyazaki. Y lo hace con su género predilecto: el trasfondo histórico reciente de su país, Estados Unidos, unido a ese noir de gángsters tan personal y cercana a su Little Italy natal, junto a un trío protagonista de esos de quitarse el sombrero: porque a los estelares y habituales de Scorsese Robert de Niro y Joe Pesci, se les une Al Pacino, otro grande del género mafioso con Scarface (1983) o El Padrino (The Godfather (1972)) en su currículum, y que curiosamente nunca antes había trabajado con Scorsese. Y con secundarios de lujo como Harvey Keitel, Ray Romano o Bobby Canavale. Y no obtenía financiación de nadie. ¡Con estas credenciales! A las que para más inri se le suma un espléndido guión de Steve Zaillian (Schindler’s List, recientemente reestrenada (1993), Gangs of New York (2002), American Gangster (2007)). No obstante la espera ha merecido la pena: el resultado es absolutamente impresionante.

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11 años ha esperado Scorsese para poder verla financiada y rodada. Y durante esos 11 años The Irishman se ha ido cociendo a fuego lento en la mente del cineasta. Quizá ahí está una de las razones para ese tono tan crepuscular que respiran sus tres horas y media de metraje que avanzan sin prisa pero sin pausa. Y digo crepuscular en el sentido más estricto de la palabra: haciendo retrospectiva, ese expresionismo en la violencia aquí se pierde en pos de una violencia hastiada, al igual que el “estilo Scorsese” se ve agotado, no por incapacidad sino por un cansancio del propio mundo que relatan los personajes de esta historia, ese hartazo de la visión darwiniana del mundo: “come o sé comido”. Pensemos no sólo en su filmografía de mafias, como Uno de los Nuestros (Goodfellas, 1990) o Casino (1995), ambas con De Niro y Pesci en sus filas, sino también en su vertiente menos violenta pero igual de oscura a la hora de plasmar antihéroes y esas luchas continuas de poder, ejemplificadas en el capitalismo (El Lobo de Wall Street (2014)). El alejamiento intencionado de la vida de la “gente normal” de sus protagonistas, absolutamente reales e históricos; el paso de la juventud a la edad adulta sin poder escapar de sus obsesiones, ascendiendo en espiral hacia mundos más bien turbios, sean de gángsters o sean de bolsa (los gángsters legales).  Todo revestido con esas interpelaciones a cámara de los personajes, junto a música exclusivamente de la época y sobretodo, una voz en off totalmente narrativa que nos habla a los espectadores de una época, de una forma de vida. Ese “estilo Scorsese” que tanto gusta, aquí permanece intacto, pero no en ese tono solemne y mirando por encima del hombro, sino desde una perspectiva más gris. Algo de lo que ya daba muestras su anterior Silence (2016).

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Y ese estilo entra en simbiosis perfecta con el espléndido guión del gran Steve Zaillian, un auténtico viaje introspectivo sobre casi 40 años de la vida y obra de Frank Sheeran (Robert De Niro), así como de 40 años de un mundo oscuro, en el que por mucho que se salga ganando a menudo, éste está condenado a la perdición. 210 minutos de ascenso, obsesiones y caída de dos mundos, de hecho: el “profesional” y el “familiar”. De hecho, podría hasta decirse este The Irishman actúa de espejo crítico contra la ya citada The Wolf of Wall Street, tanto en tono como en subtexto. Y no digo más para no caer en el spoiler. Y dicho libreto se apoya en tres pilares inteligentemente entrecruzados, sabiamente revestidos al “estilo Scorsese”, giro nietzscheniano incluido, y personificados en el trío de monstruos interpretativos del cine de mafias que son Robert De Niro, Joe Pesci, y Al Pacino. Sobretodo Pesci, que carga sobre sus hombros el peso invisible del film (ni el narrativo, que recae en De Niro, ni el idealista, que recae en Pacino: sino el del subtexto), y broda todas y cada una de sus apariciones, sus líneas de texto, sus silencios y sus miradas. Todo el conjunto es brillante, pero Pesci es sencillamente colosal.

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Quizá el único “pero” del film, aparte de un cambio de tono y ritmo algo complicado de gestionar tras 2 horas y media sin tregua, es el que ha encarecido la producción hasta los 160 millones de dólares: el proceso complejísimo que ha ideado la Industrial Light & Magic para rejuvenecer digitalmente a De NiroPesciPacino, realmente en sus 70, para las partes donde sus personajes tienen 50, 40 o incluso 30 años, siendo De Niro quien sale peor parado. Y en mi opinión tampoco sería exactamente un “pero”: es chocante al principio y hay mucho riesgo de uncanny valley (sobretodo porque sabemos cómo eran estos actores a esas edades), pero es alucinante ver cómo sobre la interpretación real de los actores, un proceso digital les elimina arrugas, les estira la piel y les estrechando sus contornos, de forma progresiva según la edad que deban simular. No hay prótesis ni maquillaje que hubiera logrado tal efecto de juventud sin lamentar pérdida de expresión interpretativa. Y a ello hay que añadirles la bellísima y a la vez decadente fotografía de Rodrigo Prieto, el sabio montaje de Thelma Schoonmaker, que logra dar un aire de ocaso solemne a un film que ni es frenético ni violento pero que respira mafia por los cuatro costados, y el inteligente uso de la música al que Scorsese nos tiene acostumbrados, usando canciones existentes y no una partitura dramaticonarrativa. Y es que aunque hay un tema principal en el epílogo, a cargo de Robbie Robertson, la música consigue contextualizar históricamente a la vez que le resta, adrede, alma al film. Y ese contraste con la parte visual melancoliza una película que justamente pretende eso, reflexionar sobre las relaciones humanas, la fe y la lealtad (o la falta de ellas) en un mundo tan hostil como la mafia.

The Irishman es gris, es decadente, es hermosa, es magna. Es Historia. Gracias Scorsese, y gracias Netflix, por haber hecho posible The Irishman. Y gracias por haberla distribuido en cines previamente a su estreno por streaming y habernos permitido ver esta maravilla en pantalla grande.

THE IRISHMAN
(USA, 2019; dtor: Martin Scorsese)
Tono
Guión
Montaje
Actores
Sonido
Música
Foto
Visuales
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