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Esta es una de esas películas que viene arrastrando un fenómeno boca-oreja ya no sólo de fanatismo (que también) sino de excelencia cinematográfica “asumida”. El Joker (2019) de Todd Phillips ha sido toda una revolución, sobretodo por el aura de un colosal Joaquin Phoenix encarnando al protagonista del film, que un poco como sucedió con el Joker de Heath Ledger en The Dark Knight (2008) de Christopher Nolan, ya elevaban la película a la categoría de culto antes de incluso ningún trailer. Pero lo cierto es que la historia de Arthur Fleck, un auténtico paria incluso dentro de los barrios bajos de Gotham City, consigue con creces lo que promete: ver cómo un perdedor con ambiciones pero sin posibilidades libera su delirio sociópata por pura supervivencia, que al mismo tiempo logremos comprender al personaje, y a su vez, que no compartamos sus ideales ni empaticemos con él. Sus quejas son obvias y perfectamente compartidas por todos, pero su visión del mundo es muy alejada del nuestro. Y eso es lo que convierte a esta película en todo un fenómeno: lograr un guión tan sumamente sólido sobre las deficiencias que tenemos como sociedad, siempre contado desde la perspectiva del potencial villano y nunca sin hacer apología de lo que éste pretende, es muy complicado.
#EnProfundidad
Todo esto es aún más deslumbrante cuando es Todd Phillips quien está detrás de este film: el artífice de la saga conocida aquí como Resacón en las Vegas y también de (2010, conocida aquí como Salidos de Cuentas), ambas comedias bastante locas con Zack Galifianakis en el reparto. Pero como pasó con Peter Jackson y la trilogía de Lord of the Rings, alguien ajeno al formato que pretende abordar termina clavándolo. Y es que así como Jackson supo darle atmósfera de cine de género a la épica de Tolkien, sin duda el toque de Phillips para la comedia negra, negrísima, con alma de rebelación contra la madurez y esos gags que atraviesan varias líneas de moral y respeto, han sido un gran factor añadido a Joker, un film que precisamente trata fundamentalmente de eso: la moral de una sociedad perdida en una espiral de corrección política más falsa que una moneda de 3€, rodeada de una violencia totalmente asumida y normalizada por una tendencia sin frenos de falta de respeto entre estratos sociales, pero también como individuos. Porque en Joker hay humor negro y sentimiento de vergüenza ajena, pero también violencia. Y mucha. Y no sólo física, sino sobretodo de maltrato psicológico y humillante. Y lo peor de todo: autoinfligida, o infligida por los seres cercanos que (en teoría) deben arroparte. En eso es clave el coguionista del film junto a Phillips, Scott Silver, autor del biopic de Eminem, 8 Miles (2003), y coguionista de The Fighter (2010), película que aborda la doble épica de la superación de las drogas de un exboxeador al que su familia la frustra continuamente sus ambiciones.
Es por eso que esta película cautiva tanto. Sí, la acción se sitúa en Gotham City, pero no estamos ante una película de superhéroes. Ni tan sólo de la génesis de un villano. Joker es la visión de un mundo en continua decadencia de un hombre totalmente neutro, con trastornos mentales y con el sueño de ser comediante. Y de cómo la indiferencia, la falta de posibilidades y un engranaje social y afectivo tóxicos al que no sabe pertenecer (ni quiere), le estallan en la cara. Así que cuando decide él estallar a la cara del sistema (estamos hablando del Joker, no es spoiler), saca a la luz la fachada de hipocresía y el anarquismo latente de una Gotham City en la que, en mayor o menor medida, vemos reflejado nuestro propio mundo. Por eso el film se siente tan cercano, a pesar de tener un protagonista tan angustioso y profundamente alejado de nosotros.
Un brillantísimo Joaquin Phoenix es Arthur Fleck, a quien correrías a abrazarlo y al mismo tiempo huirías en dirección contraria para no estar en el mismo el código postal que él. Suya es una de las frases que más calan durante el film, y que puede verse en el trailer: “la peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la tuvieras”. Y eso es la clave primigenia de la película: todo el guión, todas y cada una de las secuencias, están contadas desde el prisma mental de Arthur Fleck; el film nos enseña no sólo lo que el futuro Joker ve sino lo que siente, lo que desea. Vemos el mundo como él lo ve, sin filtros, sin diplomacia, pero con sus trastornos. Y así es también la celebrada banda sonora de Hildur Guðnadóttir, discípula y violoncelista principal del desaparecido y añorado Jóhann Jóhannsson. Como las imágenes, la música no es para el personaje sino del personaje: eso es, la banda sonora “es” el Joker. Es sabido que Guðnadóttir compuso la música a partir del guión y que, al modo de Ennio Morricone para los spaghetti westerns de Sergio Leone, se rodaba con la música ya grabada y sonando en el set. Joaquin Phoenix construyó su Arthur Fleck, su Joker, abrazado a esas disonancias tóxicas con ese violoncelo atrofiado, caótico, chillando, aprisionado y clamando por salir, y que a medida que el Joker va formándose, la música va iluminándose, va armonizándose, encontrando calma y sosiego, para desaparecer en las escenas más crudas. Señal del control del personaje sobre sus acciones, y no al revés. Brillante. Como la actuación de Phoenix. Como la fotografía. Como el ritmo lento pero sin pausa, en un continuo crescendo en un “ascenso a los infiernos” paradójico mediante un guión tambien brillante. Joker es Joaquin Phoenix. Joaquin Phoenix es Joker. Pero también lo es la música de Hildur Guðnadóttir. Y Todd Phillips ha sabido orquestar todo esto de forma magistral. Para quitarse el sombrero.
JOKER
(USA, 2019; dtor: Todd Phillips)Tono
Guión
Montaje
Actores
Sonido
Música
Foto
Visuales
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