#Editorial: ¿Es exagerado el diferenciar cine de animación y cine de acción real?

Después de 2 editoriales musicales, aunque relacionadas con el cine de superhéroes y con las bandas sonoras en general, es de recibo que la tercera en discordia se la dedique al otro centro neurálgico de la web, el celuloide. Y más cuando se avecina la avalancha de festivales de cine del otoño, con Sitges, el In-Edit, y Molins de Rei, y en otros lares y ya sucediendo, el de San Sebastián. Y precisamente el de Donostia y el de Sitges son los dos festivales que preestrenarán Weathering With You (2019), la nueva película de animación de Makoto Shinkai, famoso en el mundo entero desde 2016 cuando su Your Name batió (casi) todos los récords en Japón y fue un éxito rotundo en todos los festivales por los que pasaba, así como en las taquillas comerciales.

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Desde Hayao Miyazaki, Studui GhibliSen to Chihiro No Kamikakushi (2001) que no había tanto revuelo por una película de animación, y ahora en 2019, Japón ha decidido enviar a la carrera de los Oscar Weathering With You no sólo como film de animación sino también como película de habla no inglesa. Algo que no sucedía desde Mononoke Hime (1997) en el país nipón (aunque no fue seleccionada como finalista); de momento la única película que tiene tal honor es Waltz With Bashir (2008), el sobrecogedor documental de animación con rotoscopia sobre las memorias del propio Aris Folman del conflicto del líbano. Incluso un film de animación entró en la carrera de los Oscar este año, aunque no fue la elegida: Buñuel en el laberinto de las Tortugas (2019). Y eso precisamente me hizo reflexionar sobre qué diferencia el cine de animación del cine tradicional, el conocido como live action que tan de moda está en Japón para adaptar mangaanime. Y más importante aún: por qué se les diferencia (a menudo) en los premios cinematográficos.

Y es que el cine de animación, excepto por el plano visual basado en técnicas de ilustración (sean 2D o 3D), no se diferencian tanto del cine tradicional. Ambos tienen su guión, su storyboard, su fotografía, su montaje, su banda sonora, su dirección, su edición y mezcla de sonido, así como actores (de doblaje). Únicamente el diseño de producción y vestuario sería lo único que podría decirse distinto, aunque en mi opinión, el diseño de escenarios y personajes sería el análogo.

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Es una suerte que a estas alturas de siglo XXI por fin el cine de animación no sea sinónimo de cine familiar o infantil. Excelentes films de animación comentados aquí como Isle of Dogs o Another Day of Life, que tiene ciertas similitudes con la ya citada Waltz With Bashir, son films muy serios y adultos y poco recomendables para niños. Y conviven muy bien con obras más generalizadas como Ralph Breaks the Internet (2018). Y aún así son muy distintas; principalmente por tono, pero también por una característica muy propia del cine de animación que, a la que se omite en su totalidad, hay a menudo polémica sobre su “aceptación” visual: la exageración. Y no sólo me refiero a los enormes ojos tan típicos del anime japonés y los personajes Disney, sino en los movimientos, más enfáticos de lo normal para suplir la simplificación del trazo respecto la realidad.

Pongamos un rápido ejemplo para ponernos en contexto, en la que precisamente la animación y su exageración es parte de la trama: Who Framed Roger Rabbit (1988), donde la mezcla de mundo real y mundo animados (como hizo Spielberg recientemente en Ready Player One (2018)) permite aquí que personas reales interactúen con la comicidad del absurdo propia de los Looney Tunes:

Obviamente si la película fuera de imagen real no tendría ningún sentido, chirriaría. A no ser que fuera algo muy loco o con sus propias reglas, como sería el caso, por ejemplo,  ejemplo Beetlejuice (1988) o The Mask (1994), pero también The Matrix (1999) o Inception (2010). ¿Por qué en dibujos animados se acepta este nivel de exageración? Pues porque “los dibujos” tienen la intención de ser verosísmiles, no ciertos. De hecho, en la animación nos confiamos más del sonido que de lo que vemos. Si en pantalla aparece un rinoceronte tan agotado que el peso de una mosca lo tumba al suelo de forma slápstica, al espectador le parecerá válido si el vuelo de la mosca junto con el sonido de la respiración, las pisadas y el ruido al caer al suelo del rinoceronte son confiables.

Mientras que en el cine de acción real los efectos visuales deben ser lo más realistas posibles, en animación se produce el efecto contrario, aceptándose más la exageración que el hiperrealismo, por el curioso efecto conocido como uncanny valley, definido como el rechazo hacia lo que es evidentemente falso (robots o animación 3D computerizada) pero excesivamente real.

Ejemplos de films de animación donde ocurre eso serían Final Fantasy: The Spirits Within (2001), Polar Express (2004), o las recreaciones digitales rejuvenecidas que Disney ha hecho de actores famosos para sus películas, como Jeff Bridges para Tron: Legacy (2010),Carrie FisherPeter Cushing en Rogue One (2016). Y un ejemplo totalmente jugado a favor argumentalmente a la inversa es el de A.I. (2001) y su cyborg niño (Haley Joel Osment) al que su familia adoptiva le tiene auténtico recelo por parecer realmente humano. De hecho, como dato curioso, films filmados y luego convertidos a animación via rotoscopia, como Another Day of Life y Waltz with Bashir, no sufren el uncanny valley por su tono “dibujado a mano”, imperfeccionado adrede. No así Tintin and the Secret of Unicorn (2011), que pretendió caricaturizar los modelos hiperrealistas para alejarse de Polar Express, pero cayó igualmente víctima del uncanny valley.

Y paradójicamente, la reciente Lion King 2019 ha sufrido un fenómeno parecido al uncanny valley, y es el recelo a la sobriedad de una película de animación. ¿Por qué la gente prefiere la versión de 1994 a ésta, si de hecho son prácticamente idénticas en historia, salvo la animación que es muchísimo más realistas? Por la falta de exageración. Sí, al ser animales hiperrealistas y no humanos no tenemos uncanny valley, pero sin embargo en Lion King 2019 perdemos lo que asociamos al cine de animación por antromorfolización de seres o objetos no humanos: los rasgos y gestos más humanos, y sobretodo, esa falta de exageración en algunos movimientos. Veamos el clip oficial de I Just Can’t Wait to be King de Lion King 2019, toda una obra de arte de la animación computerizada:

El problema es el tono sobrio y solemne de los animales, casi como una dramatización de un documental de National Geographic: el defecto de forma con el hiperrealismo fuerza que no puedas animar según qué: ni que Zazu se suene con la oreja de un elefante, ni que Simba y Nala hagan carotas burlándose de él usando sus garras como manos de niño, o que éstos se monten en avestruces. En la versión animada a mano, claramente siguiendo el principio de exageración, esto queda incluso genial.

Con lo cuál, queda claro que sí que hay una diferencia de tono importante entre cine tradicional (de imagen real, sustentado o no por efectos visuales) y el de animación: la exageración. ¿Suficiente para condenar al cine de animación a ser cine tan “distinto” en certámenes y premios? No lo creo, y prueba de ello es el Festival de Sitges, donde films de animación salen fuera de la sección de animación para entrar en competición oficial o en secciones dedicadas a miradas de autor. Es importante recalcar si estamos ante un film de animación o de imagen real, del mismo modo que si estamos en una comedia o un drama o un film de terror, pero si para el segundo caso no se hace distinción cuando hablamos de “cine”, para el primero tampoco se debería.

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