En el que es el primer editorial de La Musa Que Era, un espacio a finales de cada mes donde se expondrán y se pondrán a debate ideas o pensamientos acerca de los mundos del cine o de la música, qué mejor que hablar de bandas sonoras, el submundo que une secuencias y melodías. O mejor dicho, de cómo las bandas sonoras del cine tal y como lo conocemos seguramente no serían lo mismo sin la figura de Richard Wagner, y sobretodo, del uso del leitmotif que él mismo quiso enmarcar en su célebre tetralogía El Anillo del Nibelungo. Efecto que, conscientes de ello o no, pudieron comprobar los asistentes al recital de Der Ring Ohne Worte, “El Anillo Sin Palabras” de la semana pasada en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. A partir de este concierto es que nace este editorial.
Como muchos sabrán, uno de los recursos más utilizados en la música de cine desde sus inicios fue la de usar el leitmotif, técnica musical que consiste en relacionar una determinada melodía a un factor narrativo de la película (sea un personaje, una situación, un lugar o incluso un pensamiento) con la finalidad de vincular música y narración.
Si a una composición ambiental y emocional le añadimos capacidad narrativa (mediante leitmotif o mediante el recurso que sea), estaremos hablando de un guión musical paralelo al escrito. Aquí radica el verdadero potencial y la verdadera belleza de la música de cine.
Y he aquí lo que obsesionó durante 30 años a Lorin Maazel, director de orquesta pero también compositor, acerca de la música de Richard Wagner, uno de los dos genios de la ópera del siglo XIX (Giuseppe Verdi era el otro; nacidos ambos en 1813). Ambos revolucionaron la ópera rompiendo las restricciones de forma con recitativos, arias, dúos, coros, concertantes… para conseguir un continuo musical en detrimento de los números musicales cerrados. Pero mientras Verdi siguió apoyándose en el cantante y en la melodía, Wagner eligió un camino totalmente rompedor: la forma sinfónica infinita plagada de leitmotifs donde la orquesta es tan o más protagonista que los intérpretes del escenario.
Fue el nieto de Wagner, Wieland, quien orientó a Maazel hacia la dirección correcta: la música de las óperas de su abuelo se estructuraba como un subtexto detrás del texto real de los libretos de sus óperas, los cuales él mismo escribía. Richard Wagner se convirtió, pues, en el artista total, logrando no solamente unos libretos perfectamente representables teatralmente sin música sino además una composición musical con texto consciente e inconsciente, éste último almacenado en el poder de la música orquestal. Lorin Maazel logró extraer esa información y en 1987 creó ese maravilloso Der Ring Ohne Worte que editó Telarc al año siguiente, una suite de 70 minutos totalmente instrumental que empieza con la obertura de Das Rheingold y termina con la última nota del Götterdämmerung, sintetizando no sólo la música del Ciclo del Anillo sino también su historia y su narración, centrándose en los pasajes sinfónicos y sin transcribir absolutamente ningún fragmento vocal: los leitmotifs de La Cabalgata de las Valkirias, los murmuros del bosque, los temas heroico, dramáticos y fúnebres que rodean a Sígfried, el descenso al Nibelheim, la escena de la Inmolación o la Entrada de los Dioses al Valhalla proporcionan tanto poder narrativo que, desprovistos de todos los textos, no pierden ni un ápice de capacidad dramática.
Cierto que no fue Richard Wagner el inventor del leitmotif, aunque sí fue su exponente máximo en el uso dramático y narrativo. Y sin entrar en tesis musicales sobre si realmente esos motivos pueden ser calificados de leitmotifs o por el contrario son más reminiscentes, es indiscutible la influencia del compositor germánico en el mundo cinematográfico aun muriendo en el año 1883, años antes del asentamiento del cine como espectáculo. Y no únicamente por el sinfín de películas que han usado su marcha nupcial de Lohengrin, como Gone with the Wind (1939), Giant (1956) o Out of Africa (1985); o por qué la célebre Cabalgata de las Valkirias es tan fácilmente asociable a Apocalypse Now (1979) o Platoon (1986); o por cómo Excalibur (1981) se nutrió, aparte del O Fortuna del Carmina Burana de Carl Orff, del Anillo, Parsifal y Tristan e Isolda de Wagner.
El poder de los “temas principales de películas” proviene de la idea de leitmotif, e incluso la franquicia Star Wars musicalizada por John Williams o la trilogía de Lord of the Rings, con sus más de 100 leitmotifs compuestos por Howard Shore, no serían lo mismo sin la estructura wagneriana. Incluso como influencia musical directa; observemos el tema de Siegfred que compuso Wagner:
y comparémoslo con el llamado tema de La Fuerza de Star Wars:
donde vemos cómo John Williams no sólo usa brillantemente el concepto wagneriano de leitmotif; de hecho incluso se sirvió de Wagner como inspiración.
Y no puede ignorarse que, cuando clamaron a Max Steiner como el padre de la música de cine moderna después de sus innovadoras partituras para King Kong (1933) o Gone with the Wind (1939), éste rechazó el mérito con estas honestas declaraciones:
“Tonterías; esta idea se originó con Richard Wagner. Escuchad la música narrativa que hay detrás de los recitativos de sus óperas. Si Wagner hubiera vivido en este siglo, sería el compositor de música de cine número 1.”
con las que estoy muy de acuerdo, y con las que queda patente que Wagner no fue sólo un revolucionario sino un maestro que logró algo impensable: hacer música de cine sin que el cine existiera aún.