Una de las razones por las que me considero fan de la Banda Municipal de Barcelona, esta vez en colaboración con músicos de la ESMUC, es por su afán por mezclar en sus temporadas programas de música sinfónica atemporal y a su vez programas valientes y novedosos, como este que nos ocupa: Simfonia d’Àngels i Dimonis (Sinfonía de Ángeles y Demonios), donde las dos obras centrales son composiciones escritas hace menos de 3 años. Y como obertura la obra más antigua, que aún así fecha de 2006: la Fanfara de Alatriste que Roque Baños compuso para el film homónimo de Agustín Díaz Yanes y que contaba con Viggo Mortensen como protagonista, un festival de percusión y metales en un épico compás 5/4.
Volviendo al leitmotiv de Ángeles y Demonios, empezamos con la Sinfonía num.2 de Brett Abigaña, denominada Commedia, y que retrata en 3 movimientos el recorrido por el Infierno, Purgatorio y Paraíso respectivamente, siguiendo la obra de Dante Alighieri. Compuesta en 2015, es una obra muy difícil, con el primer movimiento (Infierno) protagonizado por texturas cromáticas y glissandos “imposibles” de los vientos y los metales simulando las almas en pena, ganando poco a poco luminosidad en el Purgatorio hasta un espléndido tono mayor con el añadido de Beatrix, una soprano (Brenda Sara, de la ESMUC) que añadía infinito color a la obra.
Descanso merecido de 20 minutos para los músicos, que volvieron para una obra inmensa que me cautivó desde el inicio hasta su final, media hora después: la Sinfonía num 1 “Archangels” de Franco Cesarini, también de 2015. Una épica alabanza en cuatro movimientos a cuatro arcángeles: Gabriel, Rafael, Miguel y el desconocido Uriel, con un dramatismo cercano a las bandas sonoras cinematográficas y donde el uso de cantos gregorianos para las armonías y las bases melódicas son un enorme acierto. A destacar ese monumental tercer movimiento dedicado al señor de los ejércitos celestiales en un impresionante 7/4 impresionante, que deja paso al final a Uriel, guardián del tiempo pero también de las artes, al que Cesarini le dedica la elegancia de una oda a exhaltación de la música como lenguaje que combina la serenidad de la línea melódica del tono para Rafael con el poderío del tono para Gabriel.