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Una atmósfera brutalmente inquietante y un notable apartado técnico son lo más destacable de un film de terror al servicio, por desgracia, de un guión totalmente incoherente y sin casi cohesión narrativa. Después de una media hora brillante, el interesante descenso a los infiernos de una familia desestructurada por el deseo (o no) de tener descendencia que ofrece Hereditary se pierde en unos efectismos con claros guiños a la Rosemary’s Baby de Roman Polansky y al recorrido narrativo que dio a conocer M. Night Shyamalan, que si bien funcionan excelentemente como clips, los errores de espacio/tiempo del que hacen gala junto con el poco (o nulo) foco sobre el hilo conductor que tienen desvirtúan su experiencia por completo. Y que el giro “a lo” Shyamalan sea tan predecible, junto con una hilarante parte final que cruza la peligrosa línea de lo bizarro para acabar en la autoparodia, no ayuda en nada al empaque final. Plagada de buenas intenciones, pero a la deriva en cuanto a tono y coherencia narrativa, su genial campaña de marketing y sus constantes guiños a filmes de culto la han convertido en un éxito de crítica y público, pero a la que excarvas en su naturaleza te das cuenta de lo vacía que está, aun rodeada de ese efectismo tan bien logrado. Se salva por el nivel técnico pero poco más. Una lástima.
#EnProfundidad
He dejado pasar demasiado tiempo quizá desde quela vi hasta que escribo estas líneas (casi 2 meses), pero prentedía averiguar si este film, alabado tanto por crítica como por público, dejaría un mejor poso que el que me dejó cuando salí de verla en el cine. Como me sucedió con The Shape of Water, que con el tiempo en tu cabeza deja mejores sensaciones. Pero no. La expectación que tenía por Hereditary, del que se llevaba hablando desde su proyección en Sundance a inicios de año como una gran obra, era grande. Y cuando vi el trailer, junto con esta maravillosa campaña de marketing con citas tales como “Es El Exorcista de esta generación”, o “La película más terrorífica de la última década”, si bien me puse algo a la defensiva (nunca me gustan estas declaraciones tan rimbombantes como peligrosas), la expectación seguía. El trailer presentaba una atmósfera lúgubre e inquietante, y unos flashes de varias escenas de terror que ponían los pelos de punta. ¿Qué podía salir mal?
Pues casi todo. Los efectos de terror cumplen su cometido con creces, pero tanto crítica como público parecen haberse quedado muy satisfechos con un guión ambicioso y fallido, al que su obsesión con reunir en dos horas los mejores elementos del cine de género de los últimos 50 años (sin importar si son compatibles entre sí) le ha desviado por completo de su tono, convirtiéndo a Hereditary en un mejunje con gran efecto pero sin demasiado sentido narrativo: todo lo interesante de su propuesta se diluye inicial como sal en agua cuando pierde su foco en pos de querer a toda costa ser algo que ni es, ni le hacía falta serlo.
La propuesta de Ari Aster, su guionista y director, trata de relatarnos la desestructuración paulatina de una familia de tres generaciones a partir del momento de la muerte previa, al inicio del film, de la abuela, y lo cruza con el deseo y desarraigo de querer descendencia y proseguir la familia, vistiéndolo con ouijas, apariciones, posesiones demoníacas, sonambulismo, terrores nocturnos, una exposición de miniaturas y fenómenos poltergeist varios. Todo eso, aderezado con una de las niñas más creepy que he visto en el cine moderno como es Milly Shapiro, el abismo a la locura de la madre de familia (encarnada por una Toni Colette pasadísima de vueltas y con excesivos primeros planos que no le hacen ningún favor), y una serenidad demasiado desubicada del padre (un Gabriel Byrne que no sabe cómo debe sentirse su personaje en casi ningún momento del metraje). Y la mitad de todo eso es gratuito o innecesario para el cometido inicial del film.
Pero aquí no acaba el efecto hereditario de Hereditary, y aquí es, en mi opinión, el peor favor que se ha hecho a ella misma: creo que ha pecado de soberbia y de “querer ser”, pasándose de frenada y diluyéndose en su propio onanismo. Pasada una media hora inicial sugestiva e interesante, el film intenta por todos los medios heredar lo mejor del mejor cine de terror de la última mitad de siglo, sin pensar que el conjunto resultante no tiene ni pies ni cabeza. Desde The Conjuring a The Changeling, pasando por The Sixth Sense, The Ninth Gate e incluso Nightmare on Elm Street y The Exorcist. No hay película de género que Hereditary no se fije para heredar algo, sea estético o argumental. Incluso su título latinoamericano, El Legado del Diablo, puede dar ciertas pistas respecto el afán de Hereditary por convertirse en la nueva Rosemary’s Baby, esa Semilla del Diablo que Roman Polansky parió (je) hace justo 50 años, juntando esa atmósfera de “nada es lo que parece” de los primeros Shyamalan, aunque en realidad sí es lo que parece; de hecho se ve a media película.
No voy a hacer más leña del árbol caído, así que no me extenderé a hablar (sin spoilers, claro) sobre el tramo final del film. Tan sólo diré que si hasta entonces, la película ya ha perdido totalmente el norte, y el tono del fil, y su tema trascendental poco importan ya, el giro “a lo” Shyamalan que se ve venir desde hace una hora culmina en una secuencia que cruza la línea de lo grotesco y creepy para parecer una suerte de parodia de lo que intenta ser. Si a alguien le pareció casi cómico el tramo final de Insidious, que mantenía un equilibrio al límite de la fina línea entre lo bizarro y lo ridículo, Ari Aster no sólo cruza la línea sino que se adentra varios kilómetros, generando una sensación de what the fuck que no hace sino aumentar .
Eso sí, pero no todo en Hereditary es malo. Técnicamente es muy buena, con una exquisita fotografía, aprovechando el terror que puede producir una casa hasta el último metro cuadrado. Y el pulso calmado y pausado de Aster a la dirección es el idóneo, junto con un montaje que balancea muy bien el blockbuster y el terror de autor (aunque se fije en películas de antaño para parecerse a ellas) es de lo mejor de la película. Y a destacar también el apartado sonoro, jugando con silencios y distorsiones y una casa que parece que hable, y la banda sonora de Colin Stetson, un multiinstrumentista colaborador de la escena del rock que ya en sus anteriores trabajos filmográficos daba muestra de su buen hacer creando atmósferas con texturas y pocos instrumentos (usando incluso de viento, ya casi olvidados por los compositores de nueva hornada), lo que aporta cercanía y claustrofobia sonora a una película que es precisamente lo que pretende.
Es una lástima que una idea tan potente esté tan tremendamente mal aprovechada ambicionando territorios innecesarios y perdiéndose en sí misma, cuando técnicamente es notable. Pero ha conquistado tanto a crítica como a público, así que la fórmula, aunque fallida, convence. Yo, desde luego, necesito algo más.
HEREDITARY
(USA, 2018; dtor: Ari Aster)Tono
Guión
Montaje
Actores
Sonido
Música
Foto
Visuales
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