El penúltimo concierto de la Orquesta Sinfónica Camera Musicae de su gran temporada 2017-2018, era todo un acontecimiento. Primero por ser el último del programa en el Palau de la Música Catalana. Y segundo por lo insólito de programar un concierto para oboe, cuando para el público mayoritariamente clásico quizá no sería el primer instrumento solista que llamaría su atención. Pero en su temporada más ambiciosa, donde han invitado tanto a solistas internacionales de la talla de Alice Sara Ott o Avi Avital como de nuestra propia tierra pero con una proyección internacional en claro ascenso como Sara Blanch, la OCM contó en esta ocasión con Albrecht Mayer, reconocido primer oboe de la Berliner Philharmoniker.
El concierto fue un balance ideal entre germánicos, con Albrecht de solista y Beethoven con su séptima sinfonía cerrando el concierto, y británicos como Ralph Vaughan Williams y Edward Elgar, este último omnipresente recientemente en el film Dunkirk por el arreglo musical de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer de su Nimrod.
Tomàs Grau, director titular de la OCM, salió al escenario e inició el viaje con Elgar, no con sus citadas variaciones Enigma sino con su Serenata para cuerdas, una deliciosa composición que era una magnífica obertura, distinguida y lírica. La sección de cuerda, con Christian Torres como concertino, supo contener ese espíritu salvaje que los caracteriza, dirigiéndolo hacia la elegancia; un nivel muy alto de calidad, extremadamente destacable pues el público no estaba muy concienciado de que el recital había empezado y se pasó gran parte de los dos primeros movimientos con grandes toses, con incluso espectadores tardíos demasiado ruidosos al sentarse. Una pena que distraía más de lo que deseado, pues la orquesta estaba en buenísima forma.
Justo después, el momento. Albrecht Mayer salía al escenario ante una platea, ahora sí, entregada y a punto. Y toda expectación creo que se quedó corta cuando el Concierto para oboe de Ralph Vaughan Williams fue interpretado por toda la Camera Musicae alrededor del solista germano. El virtuosismo de Albrecht Mayer está fuera de toda duda, y no creo exagerar cuando afirmo lo increíble de la fluidez con la que ese oboe resonaba por todo el Palau. El único esfuerzo que parecía hacer Mayer era coger mucho aire, cuando el concierto de Vaughan Williams es de todo menos sencillo: apenas tiene partes lentas (el movimiento central, que suele ser el más moderato, es con diferencia el más corto de la obra y no deja de ser un minuet), y el compositor decidió sabiamente omitir los tuttis, componiendo a su vez para una parte reducida de la orquesta (con una representación mínima de maderas y metales, acentuando los violines). Así, se dota al oboe de un protagonismo fuera de lo común.
Por ello celebro la elección de la Serenata de cuerdas de Elgar para abrir el evento, ya que quizá con otra obra más pomposa la orquesta quedaría desmerecida junto a Albrecht Mayer. Pero nada más lejos de la realidad: esa tarde la conjunción Mayer-Camera Musicae fue idílica, y el público supo apreciarlo con una gigantesca ovación tanto a Grau, como a la orquesta como a Albrecht Mayer, que brilló con esas melodías largas y cargadas de lirismo y nostalgia tan característico de la música “clásica” de inicios del siglo XX.
Y por si fuera poco, el concertista nos regaló dos bises, la femonemal Ich steh mit einem Fuß im Grabe de J.S. Bach que hizo las delicias de quienes adoramos el barroco, y Linda-Fantasie de Louis Klemcke, una pieza para oboe y clave aquí en solo del primero, contrastando el tono romántico que tenía todo el recital, primero con la nostalgia neorromántica de Elgar y Vaughan Williams para luego con el romanticismo clásico de Beethoven, que dominaría la segunda parte del concierto.
Veinte minutos de descanso, y esta vez sí, con la orquesta al completo, Tomàs Grau volvía a escena para ofrecer la Séptima Sinfonía de la insignia del romanticismo del XIX, L.V. Beethoven. Un épico viaje de 40 minutos donde la Orquesta Sinfónica Camera Musicae se entregó con esa fuerza que se había estado guardando durante la primera parte del programa, especialmente con ese famosísimo segundo movimiento, donde casi podía palparse el sonido. Tomàs Grau dirigió a su formación no sólo con determinación y con pulso firme sino con un gran conocimiento de la obra de Beethoven. Si se observa la fotografía bajo estas líneas, no hay atril ni partitura para el director: hasta tal punto conoce Grau la Sinfonía 7 del compositor alemán, gran valentía del director de la OCM. Hasta ahora sólo había visto aventurarse así a Salvador Brotons, el ahora ya ex-director de la Banda Municipal de Barcelona, sobretodo para piezas de Wagner.
Como viene siendo habitual con piezas con tanto poder sonoro, una orquesta con tanta alma como la OCM disfrutó durante la ejecución de la Séptima Sinfonía, una obra que va en claro crescendo, con un primer y enorme movimiento que se va posicionando a lo largo de sus 15 minutos para pasar al citado y emocionante Allegretto, el segundo movimiento, y de ahí a un poderío que se prevé durante el Presto que estalla en un épico Allegro con Brio. Y esa alma de la Camera Musicae se contagia enormemente al público, que arrancó a aplausos después de ese apoteósico y grandilocuente minuto final del cuarto movimiento.
Finalizando el concierto, y aguardando a quien quisiera intercambiar impresiones con él, estaba Albrecht Mayer. Como tantos otros, no pude resistir la tentación de comprar su último álbum, dedicado al barroco, y que me autografió previa fotografía con el gran maestro del oboe que inmortalizo bajo estas líneas. Un gran oboeista y una gran persona, cercana, risueña, amable y habladora, un auténtico placer poder charlar con él unos minutos acerca del concierto, de Barcelona y del Palau de la Música.
Y con este gran concierto, se concluía la temporada en el Palau de la Música. Quedaba un concierto, gratuito y con un gran montaje en la Catedral de Barcelona, donde la Orquesta Sinfónica Camera Musicae junto con el Coro de Cámara Francesc Valls y cuatro solistas vocales interpretarían El Réquiem. Es decir, el de W.A. Mozart. Concierto del que, por supuesto, hablaré en un futuro artículo.