#EnUnTwit: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Wes Anderson vuelve en su décima película al stop-motion, después de su primera incursión con Fantastic Mr.Fox. Después de la algo fallida Grand Hotel Budapest (sobretodo comparando con la citada Mr. Fox y con la alucinante Moonrise Kingdom), Isle of Dogs encumbra a Anderson de nuevo con una fábula distópica con la corrupción política como telón de fondo, y el amor por las mascotas, en especial los perros, como agente principal. Con un aroma a road movie de tintes surrealistas en una isla a modo de prisión para perros, un humor negro marca de la casa, y unas marionetas y miniaturas hiperrealistas que quitan el hipo, la película será de animación pero no es para nada infantil, y trata de forma sensacional temas como la corrupción y la xenofobia con una facilidad increible. El único punto malo es un tercer acto algo pasado de vueltas, pero Wes Anderson consigue que salgas del cine flotando rompiendo esquemas, lo cual es siempre digno de admiración. Totalmente recomendable.
#EnProfundidad
4 años de desarrollo. 130.000 fotogramas en stop-motion. Casi 1.000 marionetas. Esos son los alucinantes números técnicos de Isle of Dogs, la décima película de Wes Anderson, director famoso por sus fantasías de humor negro que rozan el absurdo y el surrealismo, con esa estética visual que recuerda a un auca. Ganadora del Oso de Plata de la última Berlinale, esta fábula futurista distópica sobre la xenofobia y la corrupción política encarnada en un confinamiento de todos los perros de la metrópolis nipona Megasaki por una supuesta gripe perruna contagiable a humanos es una maravilla de la animación y a su vez una carta de amor a los perros. No en vano, Isle of Dogs (“isla de perros”) se pronuncia igual que I Love Dogs (“me encantan los perros”).
El guión, escrito por sus colaboradores habituales Jason Schwartzman, Roman Coppola y Kunichi Nomura, es una auténtica delicia que fluye a través de múltiples géneros como si fuera insultantemente fácil hacerlo. Además, el tono dado por Wes Anderson es casi media película: aparte del obvio homenaje a la cinematografía nipona y esa ambientación realista mediante miniaturas y marionetas, desde el inicio del film se comunica al espectador que mientras los perros hablarán en inglés para que éste pueda entenderlos, los humanos hablarán en su lengua materna, mayoritariamente en japonés, y que no habrá subtítulos a no ser que sea estrictamente necesario por medios poco ortodoxos como (literalmente) traductores simultáneos a modo de noticiario. Eso puede chocar al espectador medio, pero es increíble ver como los diálogos humanos son perfectamente deducibles y pasan a ser parte de la banda sonora del propio film, aportando tono a la película al ser en japonés sin subtítulos. Y luego están las voces de los canes, en perfecto y galante inglés (incluso cercano a la burguesía británica) y proporcionadas por un elenco actoral envidiable: Bryan Cranston, Scarlett Johannsson, Bill Murray, Tilda Swinton, Edward Norton, Liev Schrieber, Harvey Keitel e incluso Yoko Ono.
El film es en sí mismo una road movie a lo largo de esa isla de perros declarada en cuarentena que da nombre a la película: el detonante es un niño japonés de 12 años, hijo adoptivo del alcalde de Megasaki, que llega a la isla en busca de su perro. A su accidentada llegada, una camada decidirá apiadarse de él en un claro gesto del gen canino de amor incondicional cuando lo perciben, convirtiéndose en una suerte de Comunidad del Anillo de lo más absurdamente encantadora. A partir de ahí, iremos conociendo tanto al chico como a los perros, al mismo tiempo que se destapará una conspiración politico-económica dirigida por el alcalde de Megasaki con los perros como foco.
Ya hemos dicho que la película es cinematográficamente un homenaje al cine japonés, y por lo tanto la banda sonora no podía ser menos. Repite Alexandre Desplat, el compositor francés de moda que ganó recientemente el Oscar por su partitura de The Shape of Water y ganó su primera estatuilla por la música de Grand Hotel Budapest, la anterior película de Wes Anderson. Aquí Desplat se erige en dramaturgo tradicional japonés y traza una banda sonora donde deja de lado la orquestra para centrarse en un pequeño conjunto de instrumentos tradicionales como shakuhachis y tambores taiko, junto con coros masculinos al estilo japonés antiguo (alucinante trabajo de las London Voices). El conjunto es perfecto, y el tono global de la película es sencillamente sensacional, muy crítico pero a su vez muy pasional, hecho con el corazón; con lo que el viaje sensorial y mental que se hace como espectador es digno de elogio.
De no ser por un tercer acto algo forzado, que por otra parte necesita ser de esa manera y no de otra para cerrar el círculo narrativo, la película sería una genialidad, pero la desciendo al terreno mortal de las 9 estrellas porque el desenlace lo vi poco fluido después de la magia y el encanto de la hora y media anterior. Sin embargo esta Isle of Dogs es sin duda una de las películas del año, una auténtica maravilla narrativa que juega con el espectador de forma inteligente: una obra conceptual crítica y compleja donde el continente importa tanto como el contenido.
Wes Anderson es un director único en su especie, y con Isle of Dogs vuelve a demostrarlo.
ISLE OF DOGS
(USA / Alemania, 2018; dtor: Wes Anderson)Tono: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✭
Guión: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Montaje: ✭✭✭✭✭✭✭✩✩✩
Actores: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Sonido: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Música: ✭✭✭✭✭✭✭✭✩✩
Foto: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Visuales: ✭✭✭✭✭✭✭✩✩✩GLOBAL: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
en perfecto y galante inglés