The End: Hatsune Miku y la ópera virtual

La noche que se vivió en L’Auditori de Barcelona el pasado 27 de marzo de 2018 fue poco menos que única. Sirviendo para conmemorar los 150 años de relaciones diplomáticas entre Japón y España, tanto en Madrid como en Barcelona se escenificó la obra musical de Keiichiro Shibuya conocida como The End: The Vocaloid Opera, protagonizada casi íntegramente por una de las idols virtuales de más éxito actual, Hatsune Miku.

¿He dicho idol virtual? Sí, efectivamente Hatsune Miku no es real. Su nombre vendría a significar “primer sonido del futuro”, tiene unos perpetuos 16 años, pesa siempre 42 kilos, mide siempre 1.54 metros y luce siempre ese pelo turquesa larguísimo casi siempre con dos coletas. Ni tan siquiera la voz de Miku es real, pues proviene de los bancos de sonidos de VOCALOID, el software de síntesis de voz que Yamaha desarrolló con la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, y que es capaz de cantar. De ahí el nombre del concepto del espectáculo de Keiichiro Shibuya, creador del sello ATAK y uno de los músicos electroacústicos japoneses más innovadores de la actualidad, que con The End compuso la primer “ópera vocaloid” de la historia de la música en 2012. Combinando los últimos avances en proyecciones tridimensionales y sonido envolvente, con seis pantallas en forma de cubo y un espectro de volumen de extremos deliberadamente ensordecedores, más cercanos a las rave que a lo que estamos acostumbrados los que solemos asistir a L’Auditori, vivir tamaño evento en directo es casi una experiencia religiosa.

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Tenemos con The End una ópera en que no hay actores reales sino virtuales, proyectados en 3D, ni escenarios reales sino proyecciones renderizadas cercanas a la paranoya, a lo deprimente y a lo onírico. Incluso la música se aleja totalmente de la música sinfónica para adentrarse en terrenos más cercanos al trance, levemente combinados con el j-pop al que nos tiene acostumbrados Miku. Únicamente Shibuya está presente en el escenario, aunque escondido detrás de un piano/sintetizador al que él mismo llama El Ataúd, y desde el que controla los sintetizadores e interpreta parte de la música, con el artista YKBXcreador de las imágenes que acompañan a la música, entre bambalinas. Pero ¿es The End realmente una ópera? Y quizá más importante: ¿de qué va The End exactamente?

Nacida hace diez años, cuando Keiichiro Shibuya perdió a su esposa, esta obra musical tiene una sinopsis más propia de los dos últimos capítulos de Neon Genesis Evangelion que de una idol j-pop feliz y que goza de actitud angelical: The End es un viaje a los infiernos de la mente de la propia Hatsune Miku, donde como personaje virtual reflexiona sobre su propia existencia, del concepto del alma, del significado de la vida y de la muerte, y sobre lo que implica no haber nacido, ser consciente de no existir, y no saber si puede morir. Desde una perspectiva occidental, equivaldría a coger la parte más perversa de Pinocho (la marioneta que quería ser un ser vivo) y a su vez ahondar más perturbadoramente en el dilema de los replicantes de Blade Runner (¿por qué deben morir los seres artificiales?), mezclarlo y tirarse al vacío del dilema sin cuerda de seguridad.

Para ello, sólo tres personajes intervienen en The End:

  1. la propia Miku (cuyo vestuario virtual para la ópera lo firma el exdirector artístico de Louis Vuitton, Marc Jacobs)
  2. su conejo de peluche (que cobra vida y deviene una versión freudiana de Pepito Grillo),
  3. y un alter-ego de la propia Miku, fantasmagóricamente antropomorfo, la némesis de la obra y que vendría a ser la proyección de los miedos y dudas de Hatsune en relación a su propia existencia.

Con semejante argumento a desarrollar, y manteniendo una estructura de ópera clásica con “recitativos” en japonés e inglés (con los debidos subtítulos en catalán) donde suceden diálogos metafísicos sobre los planos de existencia y no-existencia, las canciones trance que canta Miku serían las “arias” de la ópera. Sin duda una apuesta arriesgadísima, vanguardista e innovadora, nada fácil de seguri y que rompe toda idea preconcebida que puede tenerse de un espectáculo de una idol j-pop. Quizá por eso mucha gente, entre ellas familias con niños pequeños, fue abandonando paulatinamente la sala Pau Casals de L’Auditori. Ya no es fácil para un adulto semejante discurso autodestructivo con marcadísima mentalidad oriental ametrallado con imágenes perturbadoras y música arrolladora; imagináos para un niño de 5 años.

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Porque resulta fascinante y a la vez aterrador la facilidad con la que los orientales, en especial una cultura como la japonesa, puede hablar de la existencia y del concepto de la muerte, sin hablar de la muerte en sí misma. Su filosofía shintoista, sus creencias espirituales y su avance tecnológico sin igual les da un contraste brutal, en que chocan frontalmente dos épocas distancias cuatro siglos en el mismo instante. Eso les permite jugar con nuestras ideas preconcebidas de vida y muerte, y crear un escenario tan plausible como el de una chica virtual, sin alma, creada para cantar y entretener, llega a ser tan humanizada que llega a ser consciente de lo que es, y con ello también de lo que no es; ¿o quizá es al revés? ¿Ser consciente de que no eres humano y cuestionarte tu existencia, te hace humano? ¿Si no has nacido, qué diferencia hay entre dormir/despertar y morir/resucitar?

Los que nos quedamos hasta el final disfrutamos de 90 minutos ininterrumpidos de un éxtasis audio-visual sin precedentes, casi discotequero, abrazados por un nihilismo kawai que te retorcía el cerebro. Sí, he dicho discotequero, y me gustó. No soy nada devoto de la música electrónica “dura”, pero el tono jpop junto con el cierta aura newage que imprime la propia historia y narrativa resultan en una propuesta musical que resultó interesante y muy de mi agrado. Piezas tan hipnóticas como esta “Aria for Death” son un buenísimo ejemplo de ello:

Decir que la obra se entiende a la perfección sería mentir, pero no lo sería decir que quien ve The End en directo no sale alucinando. Toda una experiencia sensorial y mental, un auténtico psisoanálisis a nuestros miedos, un viaje al concepto de existir como ser humano a partir de la más vanguardia artística y tecnológica arropando el arte considerado más completo de todos: la ópera. Y claro, al final, los artistas salen a saludar: tanto Keiichiro Shibuya como Hatsune Miku.

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Para los más puristas esto no será una ópera porque no hay nada que sea real: todo es virtual, hasta la música es electrónica y por ende generada por pulsos sonoros desde un ordenador. Pero me gustaría hacer mías una palabras del propio Shibuya, quien cree que “se ve la tecnología como un concepto superfluo y superficial, cuando es algo más profundo, un instrumento sobre el que amplificar las artes ya existentes y generar de nuevas”. Por eso tanto Shibuya como YKBX se ganaron un merecidísimo aplauso cuando Miku abandonó definitivamente el cubo y las proyecciones tridimensionales se apagaron.

Hemos entrado en una era en que las películas de animación (sea a mano, generada por ordenador, o una mezcla) son un más que reconocido cine, y la música electrónica se ha ganado un sitio en el mercado gracias a la tecnología. Creo que resulta absurdo pues, pensar que no pueda considerarse ópera una obra enteramente digital pero que sigue sus cánones y requisitos tanto musicales como escénicos aunque de forma poco ortodoxa. Eso es innovación.

Con The End se vivió algo único, pero deseo con muchas ganas que el título no sea literal acerca de este tipo de eventos.

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