Antes que nada, debo decir que me encuentro ante la crítica más complicada de las que he hecho hasta ahora (que tampoco son tantas). Y no porque el film sea increíblemente complejo o difícil, sino porque es de esos filmes cuyo guión está cargado de subtexto, y lo que es más peligroso: el comúnmente conocido como “de qué va” es spoiler. Hablo de Phantom Thread, la octava película de Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, Magnolia, The Master) y segunda colaboración con el grandísimo actor Daniel Day-Lewis, después de There Will Be Blood, en la que se dice que es su último papel cinematográfico antes de retirarse.
La sinopsis tampoco es sencilla: en el Londres de los años 50, seguimos la vida de Reynolds Woodstock (Daniel Day-Lewis), uno de los grandes modistos de la alta burguesía inglesa e internacional, y de su hermana Cyril (una maravillosa y aséptica Lesley Manville que actúa con miradas y silencios más que con palabras). Soltero codiciado, Reynolds se rodea de mujeres que le fascinen en busca de inspiración. Una de ellas, Alma (un brillante descubrimiento el de Vicky Krieps, quien es co-protagonista sin palidecer en absoluto ante Day Lewis), resultará un punto de inflexión en la vida acomodada y controlada de Reynolds.
Paul Thomas Anderson logra con esta película, aunque demasiado excesiva en metraje (más de 2 horas), captivar al espectador con un halo de frialdad pasmosa durante todo el film. El director y guionista, que en esta ocasión también ha ejercido de director de fotografía, nos presenta el mundo ominoso, luminoso, frío como el hielo, el de la alta sociedad inglesa de postguerra. Para ello se basa en unos enfoques pausados, con unos planos dignos del cine del Hollywood de los años 50-60, y unos movimientos de personajes tan pulcros y serenos que parecen la coreografía de un ballet de glamour impostado por la propia sociedad que lo abastece. Y en ese mundo es donde el diseñador de moda Reynolds Woodcock, enfermizamente preciso y meticuloso, se presenta como un artista total, alguien que sólo entiende su propia vida a través de sus creaciones.
A decir verdad, aunque Paul Thomas Anderson ha declarado haberse inspirado en Cristóbal Balenciaga para describir al Reynolds de este Hilo Invisible, parece haber mucho del propio Anderson ahí. Esa obsesión por la perfección en cada uno de los planos del film, esa brillantez en cada una de las palabras (o silencios) de los personajes, esa búsqueda por la máxima expresión artística es algo común entre cineasta y personaje. Ambos buscan esa excelencia, la necesitan. ¿Una redención autoimpuesta, quizá?
La banda sonora también es digna de mención. Ya es la cuarta cooperación consecutiva desde There Will Be Blood entre Anderson y Jonny Greenwood, exguitarrista de Radiohead, y la partitura que ha desarrollado para Phantom Thread le han valido unas merecidísimas nominaciones a los Golden Globes y también a los Oscar. Una música minimalista y a su vez obesivamente barroca, con disonancias y harmonías molestas, interpretada por piano y sección de cuerda, nos invita a un mundo grandilocuente, plagado de lujos y sin embargo chirriante, donde algo parece no encajar. Como Reynolds. Como su hermana Cyril. Como la casa de moda que regentan. Como Alma. Como el film en sí.
Pero para que una película así funcione, los actores deben estar soberbios. Y lo están.
- Daniel Day-Lewis está implacable, con uno de sus mejores papeles hasta la fecha. Está tan metido en el papel que el Reynolds que construye es repulsivo y atrayente al mismo tiempo, creando una atmósfera demoledora con todo un mundo exterior bailando a su paso, y su vez un mundo interior que se asoma irremediablemente al vacío existencial.
- Lesley Manville, como he dicho antes, transmite más que habla como hermana de Reynolds y regente de la Casa de Moda en un papel absolutamente contenido, pero no por ello vencido ni sumiso.
- Al contrario que el de Alma, donde a modo de espejo, en ella es todo más visceral. El personaje de Vicky Krieps, quien a diferencia de los dos anteriores no ha recibido nominación al Oscar, e ignoro por qué, es de una potencia absoluta pero latente.
Como ya he dicho, la obsesión de Paul Thomas Anderson por el continente al mismo nivel que el contenido le lleva a un ejercicio de excesivo onanismo y se excede en el metraje, pero no por ello desmerece el producto final. Con un título acertadísimo, a medida que avanzamos en la oscura intimidad de Reynolds y en la inquietud social de Alma, la película desarrolla ese “hilo invisible” que teje una capa de subtexto tan grande como la propia historia que se nos cuenta, y que estalla en la cara de ambos al final del segundo acto para dirigirnos al tercer acto: un descenso a los infiernos hacia la búsqueda de la Musa perfecta con una pizca importante de complejo de Edipo y una ración desbordante de feminismo.
Porque sí, la película es tremendamente feminista en su planteamiento. A pesar de la misoginia que emana casi cada fotograma del film, la naturaleza de su propuesta guarda cierto parecido con Secretary (2002) o The Duke of Burgundy (2014), aunque estas dos son mucho más explícitas y carnales mientras en Phantom Thread es precisamente eso: invisible, alegórico, mental. Precisamente por eso, la conexión absoluta entre Reynolds y Alma está en él vistiéndola, y no desvistiéndola: la alegoría de la recreación superficial llevada a la máxima expresión artística. Alucinante.
PHANTOM THREAD
(USA, 2017; dtor: Paul Thomas Anderson)Tono: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Guión: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✩
Montaje: ✭✭✭✭✭✭✭✭✩✩
Actores: ✭✭✭✭✭✭✭✭✭✭
Sonido: ✭✭✭✭✭✭✭✩✩✩
Música: ✭✭✭✭✭✭✭✭✩✩
Foto: ✭✭✭✭✭✭✭✭✩✩
Visuales: ✭✭✭✭✭✭✭✩✩✩GLOBAL: ✭✭✭✭✭✭✭✭✩✩