Maleta en mano, con ojeras hasta los tobillos y con un cansancio que empezaba a fluir sin control por mi cuerpo, dejé el hotel hacia las 13:30 del mediodía, habiendo dormido unas 4 larguísimas horas. Eso sí, dispuesto a disfrutar de ese último dia de festival sin cine (o eso creía yo), dejé la maleta en el hotel y me dispuse a hacer lo que apenas me había dado tiempo a ver: las exposiciones.
En el Edifici Miramar había dos exposiciones, aparte de albergar una de las salas habilitadas para el Sitges Samsung Cocoon de realidad virtual: la que ya se pudo ver en la Filmoteca de Catalunya, con una retrospectiva de los 50 carteles y un repaso a las etapas clave del festival, y otra inédita sobre otro tipo de documentos y objetos, complementaria a la otra.
La primera planta del Edifici Miramar estaba ocupada por la expo inédita. Ahí estaban expuestos tanto los premios dados este año 2017, como cuadros y carteles y fotografías de celebridades que habían pasado por el festival. Como curiosidad, también había documentos de cesión de derechos de películas o cartas de felicitación por la organización de los certámenes. Una buena oportunidad para ver el festival entre bambalinas.
Subiendo las escaleras, podías ver de nuevo la exposición de la Filmoteca, donde los 50 carteles y un resumen año por año se abrían al público, así como la colección de todos los premios dados por el festival a lo largo de su historia, incluidas las medallas que se cambiaron por estatuillas.
El plato fuerte en cuanto exposiciones me lo dejé para el final: el Palau Maricel, a medio camino entre el Edifici Miramar i la Iglesia, albergaba una exposición sobre H.P. Lovecraft llamada The Fear from Beyond. Concretamente en el Saló Blau, antigua sala de baile del palacio que albergaba un órgano de tubo, más característico de las iglesias que de casas particulares, una colección de cuadros y litografías sobre la mitología creada por Lovecraft se repartía por sus paredes.
A destacar también la estatua de Cthulhu realizada para esta exposición por Mar Hernández Pongiluppi, donde también se exponía los prototipos así como un reportaje fotográfico de su making of.
Terminadas de ver las tres exposiciones, me disponía a comer tranquilamente y disfrutar de la tarde antes de volver a la vida real en Barcelona, pero el destino me guardaba una sorpresa (lo siento, tanto cine me pone melodramático): en la maratón de la tarde en el Auditori proyectaban dos películas que por cuestiones de horario no había podido proyectar: Wind River y The Killing of a Sacred Deer. Así que pidiendo comida para llevar, corrí hasta el Hotel Meliá Sitges para pasar la última tarde encerrado viendo películas. Como justicia poética añadiré que hasta ahora llevaba 48 películas vistas, con lo que esas dos sumarían las bonitas 50 proyecciones vistas en el 50 aniversario del festival.
Wind River, opera prima de Taylor Sheridan, guionista de la genial Hell or High Water que ya se pudo ver en Sitges 2016, y del pausado e implacable Sicario de Denis Villeneuve, es una mezcla de esas dos en el sentido más espiritual: volvemos a un ambiente western contemporáneo, en una reserva americana donde un cazadoa agente del FBI intentará descubrir al asesino de una chica del lugar, con la ayuda de un cazador amigo de la familia de la víctima, y gran conocedor de la zona. No es un film rápido, pero para nada se hace lento. Te rodea para no dejarte escapar, sin agobiarte, para mostrarte una naturaleza implacable, tanto geográfica como humana. No se anda con remilgos, toca hueso, está brillantemente dialogada y con unos personajes potentes. Sheridan se alza como una de las grandes promesas americanas como realizador además que como guionista. Bravo.
Y si el buen sabor de boca de Wind River es más que satisfactorio, terminar el festival con la brutalidad que es The Killing of a Sacred Deer es un deseo hecho realidad. La nueva película de Yorgos Lanthimos juega con el fantástico para ponernos en unos límites morales difíciles de aguantar para un espectador mínimamente empático. Lanthimos juega entre líneas durante toda la película en cuanto a la realidad, para plasmarnos con una explicitación sin tapujos los tabús, los miedos, y los dilemas morales. Como en Lobster, no intentéis entender el funcionamiento del film, simplemente creer en sus reglas y dejaros llevar. The Killing of a Sacred Deer es sin duda uno de los films más incómodos del año, aunque a mi juicio, como ya pasaba con Lobster, el final me resulta algo errante con lo que intenta plasmar la propia película.
Ahora sí, y de noche ya, volví al hotel, exhausto, para coger la maleta y dirigirme a la estación de tren, destino: la rutina. Se terminaban los 11 días mágicos del año, esos días donde la galaxia llamada Sitges te acoge, a ti y a los numerosos amigos cinéfilos que nos encontramos año tras año en esa ciudad costera del Garraf, nos olvidamos de todo durante casi dos semanas, y vivimos nuestro crucero por el Caribe personal.
Pantalla de créditos, sin escena final esta vez. ¡Hasta el año 2018, Sitges!