Si el día anterior había empezado de forma impecable con animación, el que empezaba ahora no iba a ser menos. En la misma sala, y casi a la misma hora, el Prado se preparaba para recibir Lu Over the Wall, la segunda película realizada en 2017 por Masaaki Yuasa, de quien días antes el festival había proyectado la loca Night is Short, Walk on Girl, que tan buenas sensaciones me había dejado.
Si Night is Short… era una comedia romántica que se desviaba hacia lo absurdo para volver a un costumbrismo bizarro, Lu Over the Wall no tiene nada que ver. De ahí la grandeza de este director, que es capaz de hacer obras tan dispares y tan buenas a la vez, el mismo año. Aquí nos encontramos ante una Ponyo on the Cliff “revisited” confluyendo con un musical, donde Lu, una niña tritón melómana hasta la médula, entablará amistad con unos jóvenes músicos de instituto de un pueblo costero temeroso de la “leyenda” de los tritones. El devenir del grupo musical y del pueblo, que vive de la pesca, se verá vuelto patas arriba en esta fábula en que magia, amistad, amor, aventuras, música, y mensaje de convivencia, se entremezclan a la perfección. Y al igual que Ponyo, ese tono infantiloide la pero con trasfondo adulto la hace ideal para toda clase de públicos (y más accesible que Night is Short…).
Cinco horas libres entre películas dan para bastante, así que me dediqué a escribir crónica de los primeros días de festival, comer, y acabar haciendo vida social, que al final y al cabo somos muchos los que nos encontramos año tras año en Sitges.
A media tarde entraba en el Auditori para ver una de esas películas que sabes que van a ser bombazos de crítica, de esas películas duras y maravillosas a la vez. No en vano, su director es también el director de White God, film húngaro (sí, húngaro) de denuncia social y animal sensacional. Por la mencionada White God, pero también por Johanna, Tender Son o Delta, el festival le otorgaba a Kornél Mundruczó el premio Màquina del Temps por su brillante carrera fílmica, siempre metiendo el dedo en la llaga en tabús de la sociedad o en debates morales difíciles de gestionar, y en que sus obras se meten de lleno. Premio a su carrera, con sólo 42 años. Y merecido.
Era turno de su nueva película, Jupiter’s Moon, que se terminaría llevando el premio del jurado a Mejor Película del Festival de Sitges 2017. Una fábula sobre la redención de varios representantes de los estamentos sociales húngaros en plena crisis de refugiados sirianos, donde un refugiado ilegal es abatido por la policía, y lejos de morir, resucita y obtiene la capacidad de volar. Rodada en un tono grisáceo envolvente, las 2 horas y media de metraje se convierten en un tour de force de la moralidad ante la figura de un hipotético “ángel”, que encima es ilegal en una Hungría católica pero no especialmente practicante. La primera hora y media es espléndida, con una última hora de lo más arriesgada que he visto en cine en mucho tiempo. Tan arriesgada que mucha gente no entendió ese tramo final, llegando a ser considerado absurdo e incluso tonto. A mí personalmente me fascinó.
Por cierto, el título de la película hace mención a Europa, una de las lunas de Júpiter. Sutil referencia al papel europeo que roza la inhumanidad en un conflicto bélico con refugiados que no encuentran asilo.
Salí tan extasiado de Jupiter’s Moon que la siguiente proyección, en la Tramuntana, fue un bache bastante doloroso. How to Talk to Girls at Parties es el nuevo proyecto de John Cameron Mitchell (conocido por Rabbit Hole o la hiperexplícita Shortbus), y que adapta una historia corta de Neil Gaiman. Nada hace pensar que pueda ir mal, pero aunque la idea tiene mucho potencial (una suerte de homenaje a la cultura punk entretejido con una historia de amor, salpicado de tintes de sci-fi), acaba diluido en un flujo absurdo sin demasiada cohesión, con la única finalidad de orientar la historia a unos gags de sonrisa leve. A la gente en general le gustó bastante por lo que me pareció al final de la proyección, pero a mí se me antojó de lo más soso y pobre que he visto en este festival. Aunque eso sí, el film ha conseguido tener a actrices de la talla de Elle Fanning o Nicole Kidman, en un papel de diva punk bastante curioso, de lo mejor del metraje con diferencia.
Dicen que no hay dos sin tres, y ese día fue tal cual. Sin apenas tiempo a descansar de las dos películas consecutivas, tenía tiempo justo para llegar al Retiro para poder ver la primera de las tres películas que Takashi Miike, el japonés predilecto de Sitges, presentaba personalmente en el festival: Blade of the Inmortal. Miike fue recibido en la sala como un ídolo de masas, como es habitual. Aunque hace años que está lejos de su zénit creativo, tiene una legión de fans (me incluyo) que intentamos no perdernos sus obras, porque de vez en cuando ofrece alguna maravilla. Como es el caso de Blade of Inmortal.
Con un prólogo filmado en blanco y negro que es de lo mejor del film, Takashi Miike adapta en dos horas y media el manga homónimo de Hiroaki Samura acerca de un samurai salvado de una muerte segura convirtiéndose en inmortal, que decide ofrecer sus servicios para la venganza de una niña contra el clan que asesinó a su familia en una Guerra de las Escuelas de Artes Marciales. Si bien tiene un tramado muy episódico (como un manga, en definitiva), y si te saltas la hora y media del medio apenas se pierde escencia, es un film que pasa en un suspiro, en que las sucesivas batallas van entrelazadas de una evolución tanto del samurai como de la niña como de su relación muy potente. Una pega sería la absoluta falta de subtramas o de personajes secundarios (que sobrevivan) con suficiente entidad, pero la sequedad de las luchas, con largos planos y coreografías crudas, sin ningún artificio (parecido cero con un wu xia), hacen de Blade of the Inmortal una más que aceptable película.
Al salir de la proyección, numerosos fans se congregaban alrededor de Takashi Miike para lograr una foto con él. Yo estuve haciendo cola siguiendo un improvisado protocolo de turnos hasta que 2 espavilados se me colaron, y para más inri, después de ellos los organizadores del festival se llevaron a Miike y me quedé sin foto adecuada. Aún así, una amiga mía, Arantxa Gulías, estuvo suficientemente avispada logró tomar esta instantánea. Algo es algo.
Con esa extraña sensación de impotencia me fui al hotel a descansar. Se avecinaba el último día de festival en cuanto a proyecciones, la recta final.