Sitges 2017: día 7

Cruzado el ecuador del Festival de Sitges, encaramos la recta final de 5 días con muchos ánimos hacia la Tramuntana para ver de esas películas que se venden con sólo ver el tráiler: Dave Made a Maze, la opera prima de Bill Watterson, que estuvo presentando su film ante una sala a reventar (hacía tiempo que no veía la Tramuntana tan llena).

Los aficionados al cine de Michel Gondry encontrarán un refugio idóneo en el artista frustrado protagonista del film (o sea, Dave), cuya frustración por no terminar ninguna obra le lleva a construir un laberinto de cartón en el comedor de su casa. Su novia deberá organizar un equipo de expedición para rescatar a Dave de su propia creación, un mundo interno lleno de trampas y criaturas fantásticas. Muy divertida, si entras en el juego que Watterson propone las sensaciones son más que buenas. Y dura 90 minutos, con lo que no está artificialmente alargada. Recomendadísima.

Salimos de la Tramuntana para volver a entrar en ella, para ver la nueva propuesta del director de “la primera de Bourne”, Bourne Identity, y de uno de los mejores films sci-fi con alma de videojuego que se han hecho jamás, Edge of Tomorrow. En The Wall, una aparentemente simple propuesta ambientada en el ocaso de la invasión de Iraq, Doug Liman se sirve de dos soldados norteamericanos, un francotirador iraqí, y el muro que da nombre a la película como único seguro de vida, para desencadenar uno de los films políticos más incisivos que he visto en años. Una película muy pequeña en puesta en escena (con excelente fotografía e interpretaciones), y muy grande en abasto ideológico. Impresionante.

Tenía casi tres horas libres antes de la siguiente proyección y era mediodía, así que me fui a comer y aproveché para pasarme por los stands del festival de nuevo, adquiriendo el combo Train to Busan / Seoul Station que me faltaba a la colección. Luego pasé por mi añorado Retiro a saludar a los voluntarios que de tanto verlos parecen familia, y de nuevo al Auditori, para ver lo que parecía ser un western insano llamado Brimstone.

Pero esa sesión prometía ser más larga de lo normal. Antes de la presentación del film a cargo de su director y productora, Leticia Dolera recibió el Premio Bacardí Sitges al Espíritu Indomable. Visiblemente emocionada, realizó un buen discurso de clara tendencia reivindicativa y feminista contra el acoso (campaña en la que está muy concienciada), arrancándonos aplausos y vítores sinceros cuando afirmó que eso era ser indomable. Y no sé si fue fruto de la casualidad o no, pero ese speech tendría bastante, por no decir mucho, que ver con la película que se iba a ver en esa pantalla minutos después.

Pero esperen, aún había más. Los distinguidos para la tercera edición de la Blood Red Carpet, la iniciativa del festival para la promoción del talento actoral con proyección internacional (actores, actrices y directores), hacían su entrada,

Ahora sí, terminada la Blood Red Carpet, era el turno de la proyección. Subieron al escenario de un ya impaciente Auditori Martin Koolhoven (creador, guionista y director de Brimstone) y la productora Els Vandevorst a presentar su film, una propuesta incómoda sobre la represión femenina y el fanatismo religioso en territorio western. Y digo incómoda porque la crudeza y frialdad con la que suceden las atrocidades cometidas por el reverendo interpretado por Guy Pearce quizá no son lo más gore que se ha visto en Sitges (comparado con, por ejemplo, Brawl in Cell Block 99), pero su contexto es insano como pocas cosas este año en el festival. En las dos horas y media estructuradas en cuatro actos temporalmente no consecutivos, los destinos atormentados de Dakota FanningCarice Van Houten se suceden en pantalla a un ritmo pausado y atroz, aunque algo mal enfocado (parecen más bien cuatro mediometrajes que un largometraje cohesionado). No es redonda, y peca en ocasiones de una gratuidad innecesaria en según qué escenas, pero toca hondo, muy hondo.

A la salida del film me crucé con KoorhovenVandevorst, y no pude dejar pasar la ocasión dey de hacerme una foto con ellos y felicitarles por la brutalidad de un film tan clara y acertadamente feminista antifanatista. Gracias a Zita Vehil por inmortalizar el momento.

Tiempo para cenar y prepararse para un día de la marmota a la coreana, A Day, la primera película de Sun-Ho Cho. Sí, la sinopsis plantea la situación de un padre que no consigue rescatar a su hija de un accidente y se ve sepultado a revivir ese suceso una y otra vez. Pero aparte del predecible melodrama que todo film coreano ofrece como marca de la casa, A Day tiene preparados un par de giros de guión lo suficientemente interesantes para darle una vuelta de tuerca a un film que a priori se plantea predecible. Buen ritmo, ágil y no se hace nada aburrida.

Con el tiempo justo nada más salir del Prado, tocaba otra caminata hasta el Auditori para ver Salyut-7, la película de Klim Shipenko que se autoproclamaba “la Gravity rusa”.

Pero antes, con pase previo del mediometraje Last Tree Standing, de Agnes Baginska. Largo, lento, y demasiado naïf para lo que pretendía ser, sus 29 minutos se me hicieron eternos: una fábula oscura, en un futuro distópico con escasez de materia prima, sobre la relación de una niña con un ser mitad humano mitad árbol, al que puede amputársele miembros de madera y le vuelven a crecer.

Por fin, a casi las 2 de la mañana ya, empezaba Salyut-7 con un plano secuencia efectivamente muy digno de la Gravity de Alfonso Cuarón, en la estación espacial real que da nombre a la película. No en vano hay 40 minutos de los 120 que dura rodados en gravedad cero real. Como real es el caso en que se ha inspirado la película: la misión de dos cosmonautas de recuperar las comunicaciones y el funcionamiento de la estación espacial antes que se estrelle, o los americanos lleguen a ella. Aunque ruso, su director se graduó en cine en California, y le ha sabido dar ese toque blockbuster a la película, que acaba siendo más parecida a Armageddon que a Gravity, aunque no haya meteorito alguno. Un taquillazo ruso, con todo lo bueno (espectacularidad y efectos especiales) y lo malo (guión simplista a más no poder) de los taquillazos, visto en pantalla grande gracias a Sitges.

A las 4 de la mañana terminaba la película, y entre el sueño y lo que me chocaba ver la palabra “astronauta” y no “cosmonauta” en los subtítulos, siendo una película rusa, volví al hotel a descansar. A las 10 de la mañana empezaban las proyecciones al día siguiente, y aunque el nivel de las películas había sido muy satisfactorio, convenía descansar.

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